domingo, 19 de julio de 2015


-No pensé que esperarías tan tranquila.- Dijo tocándome el hombro con claro mensaje de posesión. No podía mostrar mi debilidad, la conciencia que tenía del peligro infinito en el que estaba sumergida. No, no le podía dar pie a que se sintiera como mi dueño, por más que verdaderamente lo fuera. Mostrándome indiferente al tacto, arreglé el velo del hermoso vestido rojo que caía en forma de cascada traviesa por el cómodo sofá. Era mejor que tener las piernas flaqueando por el dolor.

-De todos modos no tengo escapatoria, sin ti mi alma se siente vacía.- Le dije centrada a pesar del calor que sentía a causa de sus manos que ahora rodeaban mi cuello. Que el verdadero y único amor de mi vida haya sido en realidad mi peor enemigo no me dejaba chance de tener la más mínima esperanza. ¿Qué importaba cómo me acabara? Sus manos apretaban y lágrimas suaves ocuparon mis mejillas. No quería morir… Y él lo sabía. Disfrutaba de aquel poder que había desarrollado sobre mí y no podía hacer más que acatar su resolución.

-Eras la más fuerte de nosotros, la más talentosa. ¿Quién lo diría?- Su voz grave y ronca resonaba angustiante en mi corazón mientras me soltaba para rodearme y arrodillarse a mis pies. Pánico, verdadero pánico ya sentía por todas mis entrañas y el estómago me traicionaba. Sus ojos ahora rojos por el poder, reían de mí mientras una sonrisa tenebrosa cubría sus labios y sus manos ya estaban sobre mis muslos, cubriendo a placer mi piel y el poco raciocinio que me iba quedando-. Tan bella y exquisita, tan única y sofisticada. Habrías sido un trofeo excelente, pero tus poderes son demasiado únicos como para desperdiciarlos. Demasiado interesantes como para no aprovecharlos.- Me miró a los ojos y entre lágrimas mi ser me traicionó, mostrándole la sonrisa más sincera que alguna vez pude haberle otorgado. No tenía rencor, ni un ápice de odio. Sólo un sincero cariño, una enorme admiración que no logró cambiar esa mirada lujuriosa sobre mi cuerpo.

Pero en ese momento fue, que por dos segundos sus iris cambiaron a su natural celeste, para luego cerrar sus ojos y caer muerto a mis pies. Su corazón ya no estaba con él, y tampoco conmigo. Y el mío, ni siquiera había existido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario