jueves, 2 de mayo de 2013

No lo crean...


Para dormir, se frota insistentemente con la almohada que tiene como funda la imagen de un personaje de dibujo animado. Se frota hasta conseguir entrar en calor, hasta provocar pequeñas perlas de sudor y que sus mejillas se tornen rojas por el movimiento insistente y desafiante. Lleva los dedos al lugar que ni su madre le enseñó a tocar. Aquella área bordeada de un valle recortado que nadie le enseñó a recortar. Y buscó el placer que nadie le ha enseñado aún a experimentar. A prueba de fallas, el autodescubrimiento del pasado ahora no es más que una repetición, una secuencia agotante pero necesaria de la ida y venida. El orgasmo lo conoció a través de las películas eróticas de su hermano, y luego por medio de información detallada a través de internet. Detallada a medias. En realidad, poco realistas, exageradas por aquellos que como a ella, tampoco les enseñaron a disfrutar de lo supuestamente disfrutable. Luz apagada y puertas cerradas como entorno necesario para el no ritual, para el frecuente recorrido nocturno. Como una cepillada de dientes antes de dormir, o más bien, antes de salir a la calle, piensa en las situaciones que pudiesen ser pero que son muy aberrantes para comentarlas en el día a día. Un viejo con una pendeja, un profesor con una alumnita, hermanos, padre e hija, masoquismo, cualquier alimento necesario que implique una relación machista y dominante para poder lograr sentirse lo suficientemente excitada como para llegar. El famoso punto G es el mito del que ella oye hablar en todas partes pero que al final nadie explica con detalle, y entonces no hay penetración, solo una ida y venida de los dedos sobre la carne que dicen, en esos momentos se encuentra inflamada.
Ella diría que mojada.
Cuando logra estallar imaginándose a un viejo verde tocando el culito suave de una niña que podría ser su nieta, recuerda que nadie puede escuchar y se cubre con la misma almohada que antes era su material de trabajo. Deja pasar los espasmos con la frialdad de quien aguanta una herida por obligación y permite que su corazón serene para volver a pensar. 

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