Observaba
su pantalla atentamente. Desde su llegada hace dos meses, llegaba a la biblioteca
a sentarse justo frente a mí, pero sin dirigirme la palabra jamás. Leía durante
toda la hora del recreo que nos daban para el almuerzo. Yo hacía lo mismo.
Vigilaba sus pasos desde la entrada de la sala hasta el momento justo en que
pudiera fijar su mirada en mí. El nerviosismo expresado en un ligero tiritón de
mis extremidades me obligaba siempre a fijar la vista de vuelta en mi lectura.
Solo me atrevía a echar un vistazo cuando sabía estaba completamente
concentrada en lo suyo. Su mano se movía tranquilamente para avanzar de página
y volver a fijar el codo en la mesa. A veces lo dejaba extendido sobre ella. A
veces también lo ocultaba bajo la misma. A veces el brazo que sostenía su
cabeza se cansaba y cambiaba de lado. Así, su otro brazo extendido sobre la
mesa, debajo de ella, o cambiando las páginas. Era una hora de observar la
misma secuencia. Todos los días. Durante dos meses. Me sentía embobado, pero
estúpido al fin, porque no sabía nada de ella más que cómo pasaba las estúpidas
páginas. Había escuchado de un par de chicos en el baño, mientras yo aparentaba
distracción orinando y luego lavándome las manos, que había llegado de repente
a la escuela, que cursaba en el sexto C, y que no era buena para conversar. Se
susurraba su nombre en los pasillos de nuestro grado, y me había fijado que sus
intercambios comunicativos no habían pasado del hola y el estado climático.
Pero yo ni eso. No tenía tanto valor como para observarla directamente a esos
familiares ojos castaños. Pasaron días soleados y de lluvia donde el diálogo
habría sido sencillo de iniciar comentando lo colapsado que estaba todo… pero
no, me contentaba con disfrutar de su simulada compañía y su fingida
indiferencia. Porque ahora tengo claro que era fingida.
Me
encantaba. Me fascinaba. Era la primera mujer que me interesaba de sobremanera.
Ni siquiera intentaba llevarse bien con el resto, porque de hacerlo, no se
habría hablado tanto de ella. La pensaban altanera, y yo también, pero como
veían lo mismo en mí solo por mis altas calificaciones no le ponía cuidado, y tampoco tendría por qué hacerlo pues mi
atracción estaba sobre ello, o porque yo también, en definitiva, lo era.
Fueron
sesenta días que se contó la misma historia, hasta que llegó el que acabaría
todo. Cambió el patrón. Aburrida, o cansada, a saber qué estaba pensando en ese
momento, dejó la tableta donde leía sobre la mesa y estiró sus brazos por sobre
su cabeza mientras exhalaba lo que sería su último suspiro. Entre asombro,
inquietud, y completamente sonrojado, me quedé observándola atontado en todo el
movimiento. Vi hinchar su pecho mientras, con ojos cerrados, ingresaba la mayor
cantidad posible de aire dentro de sus pulmones. Ya llenos, dos segundos de
concentración pasaron y exhaló, ahora atenta sobre mi persona. Tontamente, de
la impresión, solté mi tableta que al chocar con la madera me permitió escapar de su mirada para enfrascarme
en mi torpeza, revisando si nada se había quebrado. Estaba en ello cuando ella
comenzó.
- - ¿Conoces a Everett?
Seguro
de que se dirigía a mí (para mala suerte). Solo me atreví a volver a mirarle.
- -Fue recién con la teoría de las cuerdas que se
vio la posibilidad de los mundos paralelos como algo evidente. El tiempo es
relativo, el espacio es relativo, y si bien tenemos considerado que el mundo
avanza, nos hemos dado cuenta que podemos estar en uno y otro lado al mismo
tiempo con solo pensarlo. Creo que ha costado mucho asumir que es así.
Everett, teoría de las cuerdas. Yo ya había leído de ello, a
pesar de mis doce años, por interés a partir del cómic que estaba leyendo.
Saltos temporales, posibilidades de mundo diversos y de repetir a partir de
retrocesos es lo que ofrecía la historia de un hombre que, al haber probado su
nuevo experimento, se saltó a un mundo en el que su mejor amiga moría. Decidió
por ello seguir saltando hasta que se encontrara en uno en que pudiera
rescatarla. No pudo. No mientras no se devolviera hasta el primer factor que lo
llevaba a esa temporalidad: la no muerte de la mujer de su vida. En esa
complicación entre la muerte de su mejor amiga y la muerte de su verdadero amor
es que se desarrolla el clímax de la historia. No sé si ella me estaba haciendo
referencia a ese relato en particular o si no lo conocía. Quizás yo se la había
contado. Continuó igual de cómoda con su discurso.
- - Es el factor cultural lo que más cuesta. Todos
tenemos la percepción del paso del tiempo incrustado en nuestros lenguajes, en
nuestra manera de ver la vida. Nacemos, crecemos, envejecemos, fallecemos, como
si uno recorriera una distancia de un punto a otro. A pesar de que ya se había
descubierto que no es así, no fue hasta tú éxito que me di cuenta de ello, o
quizás sencillamente no lograba percibirlo de modo alguno, incluso aunque me lo
repetías día tras día. ¿Recuerdas?
¿Cómo
podía recordar algo que en mi vida había vivido? Mi cara seguramente era un
puzzle que ella indudablemente esperaba. Ni siquiera alcanzaba a procesar todo
lo que me estaba diciendo, a pesar de que se refería a que nosotros ya habíamos
interactuado, que yo le había incluso enseñado cosas, cuando aquello solo había
ocurrido en mis sueños. Y en ese momento estaba completamente seguro que no
estaba durmiendo.
Continuó:
- -Por supuesto que no lo haces, porque aún no
estás consciente de ello. Mi objetivo al estar aquí es ese en realidad, evitar
el que tú me enseñes con insistencia sobre la relatividad temporal, porque no
quiero volver a verte así, con tanta tristeza reflejada en tus ojos día tras
día al sentir de algún modo que habías arruinado nuestra posibilidad de
existencia.
Ella
estiró sus brazos hacia mí y los dejó, ambos, cruzados sobre la mesa. Apoyó su
cabeza en un costado y me regaló la sonrisa más hermosa que jamás había visto,
incluso hasta el día de hoy. No expresaba felicidad. Indicaba resignación,
incluso tristeza, pero con ello una tremenda satisfacción interior. Me
expresaba seguridad plena e imposibilitaba incredulidad alguna de mi parte. Luego
había sido yo el que suspiraba, encantado con tal gesto.
-
-Decidí que no te dejaría entregar tu trabajo
para que lo mal utilizaran. En conclusión, resolví que tú, al menos en esta
posibilidad, no me darías la vida. Y si bien el conocerme y saberme sé que no
permitirá que me elimines de tu cabeza, al menos acabaré con tu futura pena,
porque al menos esta yo no desea volverte a ver así. Por lo que te digo esto,
para que no vuelvas a cometer el mismo error.
Y
desapareció. Así como estaba hace dos segundos sentada frente a mí, hablándome
en un monólogo en el que yo no podía hacer más que escucharla atentamente, así
mismo fue como de la nada ya no estaba. Desaparecieron sus pasos,
desaparecieron los murmullos de las personas, desapareció por completo su
existencia. Ella, la joven de la cual me había visto completamente atrapado, ya
no existía al menos en esta posibilidad. Había tomado por sí misma la decisión
de desaparecer para siempre de esta línea y de quedar únicamente como un
recuerdo. Lo lograba desarrollando toda nuestra “historia” desde la primera vez
que la vi, con el fin de que me interesara en ella. Seguramente le habría dicho
que cuando pequeño no era ni el más sociable ni el más extrovertido, o quizás
ella me conoció de esa misma manera. Aprovechó entonces mi carácter para
entender cómo conquistarme, o quizás cómo generar en mí una idea platónica. Y
con tan corta edad… Irónico y triste que
hasta se me pareciera.
Por
lo mismo es que de inmediato decidí que no podía volver a verla, que el
conocerla en ese momento no me permitiría tolerar su existencia. Es que no
podría… No podría consentir asumirla como una hija, cuando la reconocería como
la chica que me había obsesionado cuando apenas cumpliera 12 años. No podía
posibilitar el inventar ese aparato que la trajera. No podía permitirme
entonces ser un hombre exitoso, que pensara en temporalidades, que diera la oportunidad
de dar esos saltos, que engendrara una hija de la cual estuviese
predeterminadamente enamorado.
Seguramente
piensas que su sacrificio hablaba de todo el amor que me profesaba por motivos
obvios. Pero así de obvio que fueron sus sentimientos, así de sencillo es que
respeto su decisión y egoístamente la comparto. Mis sentimientos podrían haber
cambiado, madurado, pero el problema es que hasta ahora eso no ha pasado. No
quiero siquiera su posibilidad de ser, al menos en este espacio en el que ya he
abierto los ojos a la verdad y de la cual seré consciente por el resto de mis
días. No quiero, ni me atrevo, bajo ningún motivo, volver a ver esos hermosos,
y míos, ojos castaños. A la mierda los mundos paralelos.
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