sábado, 14 de junio de 2014

Cuerda rota

Observaba su pantalla atentamente. Desde su llegada hace dos meses, llegaba a la biblioteca a sentarse justo frente a mí, pero sin dirigirme la palabra jamás. Leía durante toda la hora del recreo que nos daban para el almuerzo. Yo hacía lo mismo. Vigilaba sus pasos desde la entrada de la sala hasta el momento justo en que pudiera fijar su mirada en mí. El nerviosismo expresado en un ligero tiritón de mis extremidades me obligaba siempre a fijar la vista de vuelta en mi lectura. Solo me atrevía a echar un vistazo cuando sabía estaba completamente concentrada en lo suyo. Su mano se movía tranquilamente para avanzar de página y volver a fijar el codo en la mesa. A veces lo dejaba extendido sobre ella. A veces también lo ocultaba bajo la misma. A veces el brazo que sostenía su cabeza se cansaba y cambiaba de lado. Así, su otro brazo extendido sobre la mesa, debajo de ella, o cambiando las páginas. Era una hora de observar la misma secuencia. Todos los días. Durante dos meses. Me sentía embobado, pero estúpido al fin, porque no sabía nada de ella más que cómo pasaba las estúpidas páginas. Había escuchado de un par de chicos en el baño, mientras yo aparentaba distracción orinando y luego lavándome las manos, que había llegado de repente a la escuela, que cursaba en el sexto C, y que no era buena para conversar. Se susurraba su nombre en los pasillos de nuestro grado, y me había fijado que sus intercambios comunicativos no habían pasado del hola y el estado climático. Pero yo ni eso. No tenía tanto valor como para observarla directamente a esos familiares ojos castaños. Pasaron días soleados y de lluvia donde el diálogo habría sido sencillo de iniciar comentando lo colapsado que estaba todo… pero no, me contentaba con disfrutar de su simulada compañía y su fingida indiferencia. Porque ahora tengo claro que era fingida.

Me encantaba. Me fascinaba. Era la primera mujer que me interesaba de sobremanera. Ni siquiera intentaba llevarse bien con el resto, porque de hacerlo, no se habría hablado tanto de ella. La pensaban altanera, y yo también, pero como veían lo mismo en mí solo por mis altas calificaciones no le ponía cuidado, y  tampoco tendría por qué hacerlo pues mi atracción estaba sobre ello, o porque yo también, en definitiva, lo era.
Fueron sesenta días que se contó la misma historia, hasta que llegó el que acabaría todo. Cambió el patrón. Aburrida, o cansada, a saber qué estaba pensando en ese momento, dejó la tableta donde leía sobre la mesa y estiró sus brazos por sobre su cabeza mientras exhalaba lo que sería su último suspiro. Entre asombro, inquietud, y completamente sonrojado, me quedé observándola atontado en todo el movimiento. Vi hinchar su pecho mientras, con ojos cerrados, ingresaba la mayor cantidad posible de aire dentro de sus pulmones. Ya llenos, dos segundos de concentración pasaron y exhaló, ahora atenta sobre mi persona. Tontamente, de la impresión, solté mi tableta que al chocar con la madera  me permitió escapar de su mirada para enfrascarme en mi torpeza, revisando si nada se había quebrado. Estaba en ello cuando ella comenzó.

-                     - ¿Conoces a Everett?

Seguro de que se dirigía a mí (para mala suerte).  Solo me atreví a volver a mirarle.

-          -Fue recién con la teoría de las cuerdas que se vio la posibilidad de los mundos paralelos como algo evidente. El tiempo es relativo, el espacio es relativo, y si bien tenemos considerado que el mundo avanza, nos hemos dado cuenta que podemos estar en uno y otro lado al mismo tiempo con solo pensarlo. Creo que ha costado mucho asumir que es así.

Everett, teoría de las cuerdas. Yo ya había leído de ello, a pesar de mis doce años, por interés a partir del cómic que estaba leyendo. Saltos temporales, posibilidades de mundo diversos y de repetir a partir de retrocesos es lo que ofrecía la historia de un hombre que, al haber probado su nuevo experimento, se saltó a un mundo en el que su mejor amiga moría. Decidió por ello seguir saltando hasta que se encontrara en uno en que pudiera rescatarla. No pudo. No mientras no se devolviera hasta el primer factor que lo llevaba a esa temporalidad: la no muerte de la mujer de su vida. En esa complicación entre la muerte de su mejor amiga y la muerte de su verdadero amor es que se desarrolla el clímax de la historia. No sé si ella me estaba haciendo referencia a ese relato en particular o si no lo conocía. Quizás yo se la había contado. Continuó igual de cómoda con su discurso.

-            - Es el factor cultural lo que más cuesta. Todos tenemos la percepción del paso del tiempo incrustado en nuestros lenguajes, en nuestra manera de ver la vida. Nacemos, crecemos, envejecemos, fallecemos, como si uno recorriera una distancia de un punto a otro. A pesar de que ya se había descubierto que no es así, no fue hasta tú éxito que me di cuenta de ello, o quizás sencillamente no lograba percibirlo de modo alguno, incluso aunque me lo repetías día tras día. ¿Recuerdas?

¿Cómo podía recordar algo que en mi vida había vivido? Mi cara seguramente era un puzzle que ella indudablemente esperaba. Ni siquiera alcanzaba a procesar todo lo que me estaba diciendo, a pesar de que se refería a que nosotros ya habíamos interactuado, que yo le había incluso enseñado cosas, cuando aquello solo había ocurrido en mis sueños. Y en ese momento estaba completamente seguro que no estaba durmiendo.
Continuó:

-          -Por supuesto que no lo haces, porque aún no estás consciente de ello. Mi objetivo al estar aquí es ese en realidad, evitar el que tú me enseñes con insistencia sobre la relatividad temporal, porque no quiero volver a verte así, con tanta tristeza reflejada en tus ojos día tras día al sentir de algún modo que habías arruinado nuestra posibilidad de existencia.

Ella estiró sus brazos hacia mí y los dejó, ambos, cruzados sobre la mesa. Apoyó su cabeza en un costado y me regaló la sonrisa más hermosa que jamás había visto, incluso hasta el día de hoy. No expresaba felicidad. Indicaba resignación, incluso tristeza, pero con ello una tremenda satisfacción interior. Me expresaba seguridad plena e imposibilitaba incredulidad alguna de mi parte. Luego había sido yo el que suspiraba, encantado con tal gesto.
-          
             -Decidí que no te dejaría entregar tu trabajo para que lo mal utilizaran. En conclusión, resolví que tú, al menos en esta posibilidad, no me darías la vida. Y si bien el conocerme y saberme sé que no permitirá que me elimines de tu cabeza, al menos acabaré con tu futura pena, porque al menos esta yo no desea volverte a ver así. Por lo que te digo esto, para que no vuelvas a cometer el mismo error.

Y desapareció. Así como estaba hace dos segundos sentada frente a mí, hablándome en un monólogo en el que yo no podía hacer más que escucharla atentamente, así mismo fue como de la nada ya no estaba. Desaparecieron sus pasos, desaparecieron los murmullos de las personas, desapareció por completo su existencia. Ella, la joven de la cual me había visto completamente atrapado, ya no existía al menos en esta posibilidad. Había tomado por sí misma la decisión de desaparecer para siempre de esta línea y de quedar únicamente como un recuerdo. Lo lograba desarrollando toda nuestra “historia” desde la primera vez que la vi, con el fin de que me interesara en ella. Seguramente le habría dicho que cuando pequeño no era ni el más sociable ni el más extrovertido, o quizás ella me conoció de esa misma manera. Aprovechó entonces mi carácter para entender cómo conquistarme, o quizás cómo generar en mí una idea platónica. Y con tan corta edad…  Irónico y triste que hasta se me pareciera.

Por lo mismo es que de inmediato decidí que no podía volver a verla, que el conocerla en ese momento no me permitiría tolerar su existencia. Es que no podría… No podría consentir asumirla como una hija, cuando la reconocería como la chica que me había obsesionado cuando apenas cumpliera 12 años. No podía posibilitar el inventar ese aparato que la trajera. No podía permitirme entonces ser un hombre exitoso, que pensara en temporalidades, que diera la oportunidad de dar esos saltos, que engendrara una hija de la cual estuviese predeterminadamente enamorado.


Seguramente piensas que su sacrificio hablaba de todo el amor que me profesaba por motivos obvios. Pero así de obvio que fueron sus sentimientos, así de sencillo es que respeto su decisión y egoístamente la comparto. Mis sentimientos podrían haber cambiado, madurado, pero el problema es que hasta ahora eso no ha pasado. No quiero siquiera su posibilidad de ser, al menos en este espacio en el que ya he abierto los ojos a la verdad y de la cual seré consciente por el resto de mis días. No quiero, ni me atrevo, bajo ningún motivo, volver a ver esos hermosos, y míos, ojos castaños. A la mierda los mundos paralelos.

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